Este trabajo propone analizar las transformaciones urbanas de la ciudad de París del siglo XIX como un experimento de dominio, en el que el espacio se convierte en el escenario donde el movimiento se encuentra limitado por el poder. La obra de Haussmann configuró un laboratorio del orden moderno, más que ser un proceso de embellecimiento o modernización, donde la planificación, la infraestructura y la legislación se articularon para lograr hacer posible la opresión del proletariado bajo una apariencia de progreso.

Siguiendo las lecturas de Benévolo, Gravagnuolo, Patetta y Mumford, se interpreta a la ciudad como un dispositivo de control: la apertura de bulevares, la racionalización de la vivienda y la reorganización del territorio no fueron gestos neutrales, sino mecanismos encargados de jerarquizar, separar a la población obrera. La modernización urbana del siglo XIX no puede pensarse únicamente como una respuesta funcional a los nuevos modos de vida industriales, sino como una estrategia de reconfiguración del poder.

París se convierte así en un ejemplo temprano de modernidad y en un escenario experimental. De esta manera, se entiende que la desigualdad no es consecuencia de este proyecto, sino más bien parte de su diseño, un caso en el que la ciudad misma funciona como instrumento de dominio, mostrándose bajo la apariencia de progreso y orden racional.