Fijar el movimiento: la mirada moderna sobre el orden y el poder

1870, vista y planta. Acceso por medio del boulevard al Bois de Boulogne.
Sin embargo, esta reconfiguración del espacio urbano no fue un simple acto de racionalización técnica. Las nuevas avenidas también respondían a objetivos políticos y militares. Las insurrecciones de 1830 y 1848 habían demostrado el potencial subversivo de la trama medieval, cuyas calles estrechas facilitaban la construcción de barricadas y el dominio territorial por parte de los insurgentes. Al trazar ejes rectos y amplios, como el bulevar de Sébastopol, diseñado para permitir el desplazamiento de la artillería, Haussmann buscó neutralizar la posibilidad de resistencia popular, trasladando la lógica defensiva desde el perímetro amurallado hacia el interior mismo de la ciudad. Como expresa Saalman, “El enemigo ya no estaba fuera, sino dentro”.

Los bulevares se poblaron de edificios destinados a las clases medias emergentes, mientras que los parques (como los de Boulogne, Vincennes y Buttes-Chaumont) se incorporaron al paisaje urbano como espacios de recreación y moralización social. Detrás de esa imagen de prosperidad, sin embargo, se mantuvo una marcada segregación espacial: los trabajadores fueron desplazados hacia los márgenes, confinados en barrios insalubres y excluidos de la nueva centralidad parisina. Bajo el esplendor arquitectónico de la ciudad moderna persistía, así, una estructura social profundamente desigual.
Mapa de Paris hecho por Napoleon III
1852
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Los ejes visuales, las perspectivas monumentales y las plazas abiertas consagraron una ciudad donde el poder se podía ver, literalmente, desde cualquier punto. Saalman (1971) señala que “el objetivo de Haussmann era hacer de la ciudad una representación física del orden imperial”.

En la primera mitad del siglo XIX, París presentaba una estructura urbana densa y laberíntica, producto de siglos de crecimiento desordenado. Los desplazamientos eran lentos y caóticos, reflejo de una ciudad que había heredado una trama medieval incapaz de responder a las demandas de la modernidad industrial. El proyecto de Haussmann surge para transformar radicalmente esa configuración: en dos décadas, la ciudad fue atravesada por un sistema de grandes bulevares que articularon tres redes principales, integrando sus diferentes sectores bajo una lógica de orden, circulación y visibilidad.
Transformaciones en París. A la izquierda el plano muestra las nuevas rutas de la ciudad entre 1850 y 1870 y a la derecha se muestra el plano de esta, después del plan Haussman.
Es en este momento donde la arquitectura pasa a ser una herramienta política: una nueva forma de imponer estabilidad en una ciudad históricamente revolucionaria. Los bulevares se trazaron sobre un tejido preexistente, que durante siglos definió la vida cotidiana de los habitantes de París; y, bajo el nombre de “progreso” se borraron calles enteras, y consigo, también comunidades completas.
Mumford menciona que “el orden visible de la ciudad moderna se levantó sobre el desorden social de los que fueron desplazados”. Los bulevares, que eran símbolo de progreso, se encargaron de materializar de manera más clara esta exclusión que se veía en el territorio. Es decir, el proyecto que se estaba presentando como avance urbano, también estaba significando la ruptura de los vínculos sociales y la pérdida de identidad de los barrios populares. En lo que antes era una relación de proximidad entre pares, se terminó instalando un paisaje más homogéneo, pensado para la circulación y la visibilidad, ya no más para el encuentro. Por eso, la modernización no solo reorganizó los espacios físicos, sino también las maneras de habitar y de relacionarse.
Los bulevares de Haussmann no solo fueron operaciones que embellecieron, sino que finalmente reconfiguraron el espacio urbano de París. Su construcción implicó que se demolieran más de veinte mil edificios, muchos de los cuales eran del antiguo trazado medieval. La apertura de nuevas vías para mejorar la circulación tuvo como consecuencia la eliminación de los barrios populares, borrando así parte de la identidad del centro histórico.
"(...)Para no olvidar el tema capital,
Hemos visto en todas partes, y sin haberlo buscado
Desde arriba hasta abajo la escala fatal
El espectáculo enojoso del inmortal pecado(...)"
Fragmento del poema "El Viaje" de Baudelaire
París se convierte en el escenario donde el movimiento urbano toma un impulso de aceleramiento, pero con una especie de autocontrol. Esto queda expuesto en su circulación, que parece signo de progreso, pero se vuelve predecible, o sus recorridos, que aparentan libertad, a pesar de que están cuidadosamente diseñados. En palabras de uno de los autores: “la modernidad promete movimiento, pero lo fija dentro de sus propios límites” (Benjamin, 1982). Esta idea, junto a la visión de Mumford, permite pensar a la ciudad moderna como un mecanismo que organiza y limita el movimiento social más que liberarlo.
Esta transformación también tuvo una dimensión expansiva, en donde la mayoría de los nuevos bulevares fueron construidos en zonas periurbanas o rurales, generando que se extienda el límite urbano más allá de la ciudad preindustrial; redefiniendo territorialmente la ciudad.
Se generó cierto contraste entre el orden monumental y el desarraigo social, mientras que se plantaban más de seiscientos mil árboles y se instalaban sistemas de alumbrado y alcantarillado para hacer que París sea una capital higiénica y luminosa, miles de familias obreras eran desplazadas de sus hogares. Como menciona Benévolo, la ley de expropiación de 1841 fue la herramienta que permitió que se diera dicho proceso: una política que bajo el ideal interés público terminó consolidando el poder del Estado, para intervenir sobre la ciudad y sobre los habitantes.
De esta manera, la modernidad de París no solo generó un nuevo paisaje, sino también un nuevo sujeto urbano, que se acostumbró al dominio, a la rutina del entorno. La modernización urbana no libera al individuo, sino que lo organiza, lo encauza y lo vuelve previsible.