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La vivienda como modelo vertical de los nuevos cambios de la ciudad. Con las reformas de Haussmann, los antiguos modelos de maison à loyer (casas con planta noble y pisos superiores de alquiler) fueron reemplazados por los inmuebles du rapport, edificios de renta que condensaban la lógica económica del suelo urbano. Es decir, el capital se refleja en lo arquitectónico y, el espacio doméstico, se convierte en una extensión del mercado.

El hogar, un reflejo del sistema: habitar la jerarquía 

En los nuevos edificios, las jerarquías sociales se expresaban verticalmente: los pisos bajos, amplios y ornamentados, estaban destinados a la burguesía, mientras que las plantas altas, pequeñas y oscuras, alojaban a los trabajadores. Cada nivel de las viviendas representaba un estrato social, convirtiendo a la arquitectura en la materialización y reproducción de la fragmentación. Así, la ciudad moderna no solo organiza los cuerpos en el espacio, sino que también moldea los modos de habitar.

Plano de la manzana rectangular de Bayen-Faraday-Laugier, a lo largo del bulevar Pereire.

Pevsner amplía esta mirada al afirmar que “con Haussmann, la ciudad se convierte en el lugar institucional de la sociedad burguesa moderna” (Pevsner, 1977). Es decir, el espacio doméstico ya no es solo una cuestión privada, sino un instrumento público de orden y moral. A una escala mayor, el nuevo modelo económico expulsa progresivamente a las clases trabajadoras del centro. Gravagnuolo afirma que el resultado de las reformas “no fue una ciudad más igualitaria, sino una más segregada, donde la pobreza quedó desplazada hacia la periferia” (Gravagnuolo, 1983). Esta separación, si bien es silenciosa, se convirtió en una de las herramientas más efectivas del nuevo orden urbano: un sometimiento que ya no se ejercía mediante la fuerza, sino mediante el precio del suelo. La modernidad se construyó sobre una desigualdad estructural, naturalizada a través del espacio. Las viviendas no solo albergaban cuerpos: los clasificaban, los disciplinaban y los alejaban.

La vivienda, que debería haber garantizado confort y estabilidad, terminó reflejando las divisiones de clase y reproduciéndose en su estructura. París, en este sentido, muestra cómo la arquitectura se somete al orden urbano, convirtiéndose en un espejo del poder y de las barreras sociales. El hogar moderno ya no se define sólo por su función doméstica, sino por su rol en el sistema. Detrás de cada fachada uniforme, la ciudad fijó el movimiento y estructuró la vida: un modo de habitar que, bajo la promesa del bienestar, consolidó la desigualdad.

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