la segregación disfrazada de modernidad
La renovación urbana impulsada por Haussmann en París constituye el punto de inflexión de una nueva racionalidad urbana: un modo de ordenar el territorio que, bajo el discurso del progreso, transformó profundamente las formas de habitar y percibir la ciudad. Las reformas del siglo XIX no solo modificaron el paisaje, sino que reconfiguraron los vínculos sociales al articular una relación directa entre estructura espacial y dominación político.
Lo que empezó como respuesta al desorden finalmente consolidó un sistema en el cual, la ciudad se consolidó como un instrumento de poder. Los bulevares, redes y fachadas, más que elementos físicos, funcionaron como dispositivos de regulación que definieron los límites de la vida colectiva y la experiencia urbana. Tras la aparente claridad del orden moderno persistió la fragmentación: la exclusión de quienes fueron desplazados hacia los márgenes frente a la centralidad burguesa del nuevo París.
Benjamin nos muestra que la modernidad introdujo la experiencia del shock, la velocidad y la fragmentación, mientras que Mumford que la ciudad moderna “moldea la conducta”, más que liberarla. Teniendo en cuenta estas dos perspectivas, podemos sostener que París no fue solamente expuesta a una modernización técnica, sino que fue un laboratorio cultural, en el cual se mostraron nuevas formas de dominar la sociedad mediante el espacio, dado a un contexto de nuevas oportunidades laborales en la ciudad que incentivaron a una movilización masiva de la población del campo a la ciudad. Colapsando las rutas habituales de la capital francesa y obligando a las autoridades a tomar medidas que reorganizaran el territorio. Optaron por hacerlo, pero con una latente preocupación por mantener el control social, cada ciudadano debía permanecer dentro de su margen y someterse al orden establecido por la autoridad. El poder evitó expresarse de manera directa y encontró en el trazado urbano su mejor herramienta ya que bastaba con modificar el ancho de una calle para evitar barricadas y sofocar posibles levantamientos.
De esta manera, afirmamos que, la consolidación del control estatal sobre el territorio urbano marca el inicio de una reorganización urbana entendida como instrumento de coerción. La intervención en el orden del espacio trasciende los fines funcionales o estéticos para convertirse en un mecanismo de regulación social. A través de la arquitectura y el urbanismo, la modernidad instituyó una estructura que orienta las prácticas cotidianas, configura los modos de habitar y de legitimar nuevas formas de autoridad sobre la vida urbana.