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Ilustración antigua de la Rue de la Paix, en París, antes de la apertura de la Rue de l'Imperatrice. Creada por Provost, publicada en L'Illustration, Journal Universel, París, 1868. 

Una ciudad reversionada

La ciudad de París durante el siglo XIX puede pensarse como un laboratorio donde la modernidad experimentó sus formas de orden. Durante la primera mitad del siglo XIX, el avance de la industrialización modificó radicalmente la estructura económica y urbana. Las ciudades se expandieron de manera descontrolada, atrayendo masas de trabajadores rurales que buscaban un empleo en las fábricas. París, al igual que otras capitales europeas, creció rápidamente: entre 1800 y 1850 la población se duplicó, generando fuertes cambios sobre la vivienda, la higiene y la infraestructura. Los barrios obreros, que estaban densamente poblados y carentes de condiciones higiénicas adecuadas, se convirtieron en focos de pobreza y enfermedad, pero también en núcleos de organización política y protesta.

La miseria y las malas condiciones laborales alimentaron un profundo malestar social que estalló en varios aspectos: las revoluciones de 1830 y 1848 mostraron la fuerza del proletariado urbano y el miedo de las élites ante la posibilidad de un nuevo levantamiento. En este contexto de crisis, el poder gubernamental comprendió que controlar el diseño urbano era una forma de dominar la sociedad. Bajo su mandato, el Barón Georges-Eugène Haussmann emprendió una transformación única que buscó, en simultáneo, modernizar y pacificar París. Las reformas impulsadas por Haussmann no fueron un mero ejercicio técnico o estético, sino una estrategia política de regulación territorial. 

A partir de estas transformaciones, el poder puede entenderse como la capacidad del Estado para modelar el espacio urbano y así consolidar un orden social determinado. Esta potestad, se manifiesta tanto en la dimensión material, en la apertura de bulevares, la demolición de tejidos populares y la creación de una nueva morfología urbana, como en la simbólica, al producir una imagen de modernidad, progreso y autoridad. De esta manera, el poder no se ejerce únicamente mediante la coerción política o militar, sino que a través de la arquitectura y el urbanismo, que operaban como dispositivos de regulación, visibilidad y disciplina sobre la vida colectiva.

Walter Benjamin plantea que las transformaciones urbanas de París “fueron una respuesta a la amenaza de la insurrección”, permitiendo decir entonces, que la ciudad moderna nace del miedo al desorden, y convierte el espacio urbano en un instrumento político. 

Benjamin advierte que la vida en la metrópoli produce una nueva forma de experiencia, marcada por la velocidad, el shock y la fragmentación. Desde esta idea, se puede leer al proyecto de Haussmann como un intento de dominar el movimiento, de ordenar lo inestable mediante la forma urbana. En ese sentido, esta ciudad reversionada por Haussmann es la representación de cómo el poder puede manifestarse por lo estructural, y de ese modo “la ciudad moderna es la imagen visible de un orden invisible” (Mumford, 2012). 

Es entonces que este trabajo tiene como objetivo analizar de qué manera los aspectos de reorganización espacial, infraestructura y urbanismo, atravesados por el plan Haussmann, son muestras tangibles de la consolidación del poder político mediante la arquitectura y urbanismo. A través de autores como Benjamin, Benévolo, Gravagnuolo y Mumford se analizará cómo el proyecto Haussmann convirtió el progreso urbano en un sistema de control, y cómo la modernidad construyó las condiciones materiales de la desigualdad.

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