Desde la perspectiva de la relación centro-periferia analizada por Bergallo, Puebla se posiciona como una periferia de gran relevancia. Su ubicación estratégica fue clave para que se consolidara como una ciudad de significativa importancia económica, social, política y cultural. Además, la región contaba con grandes extensiones y variados recursos naturales, ideales para la producción de materiales de construcción y ornamentales. En cuanto a su población, disponía de mano de obra calificada y empírica, particularmente destacada en los rubros de la construcción, lo que impulsó el desarrollo de características arquitectónicas locales distintivas.
Puebla fue una de las primeras ciudades novohispanas diseñada con una traza ortogonal, tal como se observa en la imagen con calles rectas y manzanas cuadradas. Los franciscanos, con la visión de replicar una ciudad similar a Jerusalén, establecieron la plaza mayor como el centro cívico-religioso dentro de esta cuadrícula. Esto simbolizaba la centralidad de la fe y su imposición, al mismo tiempo que su posición podía vincularse con conceptos simbólicos mesoamericanos.
Croquis de la ciudad de Puebla y sus alrededores.
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Puebla 1698
Las órdenes religiosas jugaron un papel crucial al establecerse en puntos estratégicos de la ciudad, creando una red de conjuntos arquitectónicos. Estos se pueden interpretar como una nueva forma de colonización y transculturación en el territorio poblano.
La arquitectura de la región de Puebla, aunque de carácter europeo, se distinguió por la vibrante ornamentación de sus fachadas mediante una diversidad de materiales, lo que le confería una riqueza de colores y texturas. Como señala Toussaint (1954), "hay templos totalmente revestidos de ladrillo y azulejos, lo cual no hubiera podido lograrse sin la arcilla de excelente calidad que abunda en la región".
