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La ciudad de 
Cholula

El Convento franciscano de Huejotzingo, edificado en el siglo XVI en Puebla, destaca como una de las construcciones más tempranas de la orden en la Nueva España. Los franciscanos eligieron este territorio, una significativa cabecera indígena en la época prehispánica, dada su estratégica ubicación para establecerse e imponer su presencia.

A primera vista, la ubicación central y la delimitación del convento le confieren un carácter de fortaleza. Este diseño puede interpretarse como una clara intención de los frailes de significarse en el territorio y de remarcar, de forma imponente, la sacralidad del espacio.

Frente al convento, el atrio desempeñó un rol fundamental en el proceso de transculturación. "el atrio significaba la recuperación, para el indígena, de su espacio abierto" (Gutiérrez, 1983). Autores como Reyes también destacan una yuxtaposición de sensibilidades litúrgicas que unió dos espacios opuestos. De esta manera, en un único conjunto arquitectónico coexistieron dos formas de culto antagónicas para una misma religión, lo que puede entenderse como "dos templos en uno". (Reyes;2016)

Los elementos que complementan el atrio son las capillas posas, que marcaban el recorrido procesional y reflejan vívidamente esta idea de transculturación. La fuente central del atrio, por su parte, puede interpretarse como una forma de control. Para los pueblos indígenas, el agua era sagrada, símbolo de vida y fertilidad. Al colocar una fuente en el centro, los españoles manifestaban su dominio sobre el acceso a este recurso vital, transformando un elemento aparentemente decorativo en un potente símbolo para los nativos.

La arquitectura del convento exhibe un fuerte carácter europeo y evangelizador, evidente en sus iconografías cristianas y elementos clásicos. No obstante, la estética indígena se infiltró en los detalles y la mano de obra mexicana. La transculturación se manifiesta gradualmente, y como menciona Reyes, la introducción de técnicas constructivas tradicionales indígenas por parte de la mano de obra local dio origen a una mezcla de tradiciones arquitectónicas, conformando así una nueva expresión.

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A pesar de que los diseños eran ajenos a la cosmovisión indígena, la ejecución y talla fueron obra de los pobladores locales. Los detalles en las figuras, ropajes y rasgos faciales de las imágenes revelan esta influencia directa. "En la corta distancia geográfica que media entre México y Puebla podemos pasar del contraste de las piedras del tezontle y la chiluca articuladas como figura y fondo en las construcciones, al abigarrado uso de la loza poblana y los azulejos de fachada que impactan tanto como las policromadas yeserías del interior de Acatepec o Tonantzintla" (Gutiérrez, 1983). Esto demuestra cómo los indígenas comenzaron a dejar su huella a través de sus técnicas y recursos.

Desde una perspectiva más utilitaria, los franciscanos tuvieron que adaptar la liturgia cristiana a los modos comunitarios indígenas, dando origen a una práctica religiosa híbrida. Como señala Reyes-Valerio, "Tuvieron que adaptar las modalidades del rito cristiano a ciertas costumbres indígenas difíciles de modificar, es decir, fueron sincréticos". Asimismo, se modificaron las fiestas indígenas, como el conocido Carnaval de Huejotzingo.

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